El regreso de Peter Murphy con Silver Shade no suena a resurrección ni a nostalgia: suena a ritual. Un ritual íntimo, oscuro y elegante en el que el exvocalista de Bauhaus se adentra en el ocaso de su arte con una dignidad aterradora. Tras más de diez años sin álbum de estudio, Murphy lanza un disco que no intenta complacer, sino invocar.
Desde la sombra, con precisión
El álbum abre con “Swoon”, una pieza hipnótica y envolvente que actúa como umbral a una dimensión etérea donde la voz de Murphy —más frágil, pero también más magnética que nunca— se convierte en guía. No hay riffs contundentes ni coros pegajosos: hay susurros, texturas y una sensación permanente de estar atravesando un pasaje interior. La producción, a cargo de Youth, resalta lo esencial: el silencio, el espacio y el peso emocional de cada palabra.
Una travesía espectral
Temas como “Xavier New Boy” y “Soothsayer” destacan por su estructura poco convencional: más recitados que cantados, más atmósferas que canciones. “Sherpa” parece flotar en una niebla tibetana de sintetizadores y percusiones rituales. “The Artroom Wonder” es una especie de poema decadente con arreglos de cuerdas que suenan como si vinieran desde el fondo de un teatro abandonado.
El punto culminante llega con “Let the Flowers Grow”, dueto con Boy George. Una despedida luminosa en medio de tanta sombra. Melancólica pero no desesperada, es una canción sobre aceptar el fin sin resistencias, con una belleza casi litúrgica.
Silver Shade no busca redención ni gloria: es un acto de depuración. Peter Murphy entrega un álbum austero, arriesgado y emocionalmente sincero. Es un disco que exige escucha atenta, tiempo, y la disposición de entrar en un mundo donde la muerte, el arte y la belleza coexisten sin necesidad de reconciliación.
