Hay discos que se oyen y discos que se atraviesan. Birthing, el nuevo y quizás último gran acto de Swans en esta etapa creativa, no se presenta como una colección de canciones, sino como un tránsito. Un umbral. Un descenso. Desde sus primeros compases, el álbum no se limita a sonar: exige, arrastra, confronta. Michael Gira, más que cantar o dirigir, parece convocar fuerzas invisibles, en una obra que se siente tanto espiritual como corpórea. Como si el disco no naciera de un estudio, sino de algún rincón oscuro del inconsciente colectivo.
La apertura, “The Healers”, comienza en un tono casi espectral. La instrumentación se desarrolla con una lentitud que bordea la tortura, y sin embargo, hay una belleza reverente en esa espera. Gira entona palabras como si fueran salmos perdidos, mientras las capas sonoras se aglomeran como nubes antes de la tormenta. No hay prisas en Birthing; el tiempo, como la estructura, es solo una ilusión que se disuelve. Esta primera pieza establece el tono: no estamos ante un álbum para consumir, sino ante un ritual que demanda sumisión y atención.
“I Am a Tower” introduce un ritmo motorik que podría parecer familiar si no estuviera sepultado bajo una capa de drones, disonancias y una voz que no canta, sino que predica. El krautrock, el noise, el folk más seco: todo está aquí, pero no como géneros, sino como herramientas para construir un lenguaje propio. Swans lleva años manipulando la repetición y la intensidad, pero aquí alcanza un grado de madurez brutal, donde cada repetición no es un refuerzo, sino una mutación.
La pieza central y homónima, “Birthing”, es un monstruo de veintidós minutos que no teme incomodar. Inicia casi en silencio, como si el disco se estuviera gestando de nuevo, y poco a poco se transforma en un clímax que no libera, sino que aprieta. Cada golpe, cada rugido, cada silencio prolongado parece decir: “esto no es para ti, es a pesar de ti”. La experiencia no busca complacer. Se trata de despojar al oyente de certezas, llevarlo al límite y mostrarle lo que queda cuando se cae la forma.
En “The Merge”, el álbum se retuerce aún más hacia lo abstracto. Fragmentos de voces, grabaciones distorsionadas, coros que no se sabe si son humanos o artificiales… todo se une en una cacofonía estructurada que resulta fascinante y aterradora. Aquí Swans recuerda su capacidad de hacer del sonido un arma y una plegaria al mismo tiempo. No hay melodía que seguir ni ritmo que atrape: solo un vértigo que se intensifica hasta rozar lo insoportable.
Finalmente, “(Rope) Away” funciona como epílogo. No hay redención, pero sí un respiro. Es como si, después del parto salvaje, el cuerpo y el alma colapsaran en un silencio luminoso. Hay paz, sí, pero una paz adquirida a costa de haber tocado el límite. El álbum se apaga como una vela que se consume por completo, sin dejar más que la cera caliente y el humo.
Birthing no es para todos. Es largo, denso, extenuante y hermoso. Un álbum que no busca lugar en listas de popularidad ni complacer oídos casuales. Es un testamento: de lo que fue Swans, de lo que pudo ser, de lo que quizás ya no vuelva a ser. Un acto final que no se despide con nostalgia, sino con la violencia sagrada de un nuevo nacimiento.
