Con su quinto álbum de estudio, autotitulado Rivers of Nihil, la banda de Pensilvania se enfrenta al reto inevitable de toda agrupación que ha sido aclamada por su capacidad de reinventarse: ¿cómo evolucionar sin perder el alma? Este nuevo trabajo es, en muchos sentidos, una respuesta ambigua. Si bien el disco intenta encapsular la trayectoria del grupo y al mismo tiempo trazar un nuevo rumbo, termina quedándose en una zona gris, entre la introspección estilizada y la falta de dirección clara.
Desde el inicio, con “The Sub-Orbital Blues”, es evidente que la banda apuesta por una producción pulcra y un enfoque más melódico. Las estructuras son menos caóticas, más contenidas, como si buscaran una accesibilidad calculada. Adam Biggs asume ahora las voces principales, y aunque su entrega es sólida, por momentos se extraña la urgencia emocional que definía los trabajos anteriores. La técnica sigue ahí, pero el filo parece limado. Incluso pasajes que deberían ser climáticos —como los de “Criminals” o “Hellbirds”— terminan sintiéndose demasiado controlados, casi domésticos.
Hay puntos altos, por supuesto. “Despair Church” es uno de los temas mejor logrados del álbum, con una atmósfera tensa y melancólica que sí logra capturar una emoción auténtica. “House of Light” también se destaca por su ambición compositiva, combinando elementos de jazz y progresivo con un balance más fluido. Sin embargo, en varios otros cortes, las ideas parecen desarrollarse sin una convicción clara, como si el grupo estuviera tanteando terreno sin decidir en qué dirección avanzar realmente.
El saxofón, uno de los sellos que alguna vez les dio identidad, aparece nuevamente, pero ya no con la frescura de antes; su uso resulta más anecdótico que expresivo. Lo mismo ocurre con otros detalles de producción que, si bien sonoros, no siempre parecen justificados. En ocasiones, el disco da la impresión de estar más enfocado en construir una estética que en contar una historia sonora con peso.
Rivers of Nihil no es un mal álbum, pero sí uno que refleja las tensiones internas de una banda en transición. Tiene momentos de belleza, destellos de genialidad, pero también largas secciones que suenan más a ensayo que a declaración. Es un trabajo que respira madurez, pero que aún no encuentra un nuevo corazón que lata con fuerza propia. Para algunos, este disco será una evolución valiente; para otros, una señal de que la identidad de la banda aún está en juego.
