Hay discos que se escuchan. Otros, se viven. Y unos pocos se sufren con la devoción de quien atraviesa un ritual íntimo. Even in Arcadia, el más reciente trabajo de los británicos Sleep Token, pertenece a esta última categoría. No es un álbum que se preste a la distracción o a la reproducción casual. Es una misa pagana. Una plegaria digital. Un descenso suave y doloroso a lo más profundo del alma humana.
Even in Arcadia no llega para reafirmar lo que Sleep Token ya era. Viene a destruirlo. En lugar de repetir la fórmula de Take Me Back to Eden, la banda empuja sus límites hacia un terreno desconocido: menos metal tradicional, más textura electrónica, más R&B quebrado, más vulnerabilidad expuesta. Vessel, como siempre, es el guía en esta procesión emocional, pero aquí su voz parece aún más humana, más herida, más peligrosa.
Desde la apertura con “Look to Windward”, una pieza etérea que mezcla pads sintéticos con percusiones casi líquidas, se percibe que algo ha cambiado. El sonido es más limpio, pero no menos pesado. El dolor no se grita: se arrastra. “Emergence” golpea con crescendos que no buscan épica, sino purga. El minimalismo se convierte en virtud: cada silencio pesa, cada acorde suspende.
Pero no es solo la producción la que ha evolucionado: es la intención. Even in Arcadia es un álbum obsesionado con la idea de lo efímero. La Arcadia, ese ideal pastoral de paz y perfección, aquí es una trampa. Vessel no canta desde el paraíso; canta desde el recuerdo de uno que nunca existió.
En “Caramel”, probablemente la canción más accesible del disco, la banda se entrega a un groove casi sensual, pero el tono es inquietante. La letra sugiere dulzura, pero detrás hay una confesión amarga sobre el amor como dependencia, como artificio. Es una seducción que se derrite.
“Gethsemane” es el núcleo emocional. Aquí Vessel se acerca al límite: su voz sube y baja como un rezo sin esperanza. La alusión bíblica no es casual. En este jardín, no hay redención, solo una larga noche de ansiedad divina. El clímax no llega con explosión, sino con rendición.
“Infinite Baths” flota como una pesadilla post-club, como una introspección inducida por insomnio y neón. Y “Damocles”, cargada de simbolismo clásico, reflexiona sobre el precio del poder, de la visibilidad, del éxito que amenaza con colapsar sobre uno mismo.
A nivel crítico, el álbum ha sido celebrado por su audacia y su enfoque más introspectivo y depurado, aunque seguramente que el abandono parcial del metal podría alienar a la vieja guardia que critica cualquier cosa que suenen lejano a ello. Pero a final de cuentas eso es irrelevante: Sleep Token nunca ha sido una banda para públicos cómodos.